sábado, 11 de junio de 2011

"Nosotros 6"


En abril de 1959 Pablo Picasso puso sus dos piés en el puerto de Los Ángeles y se encontró con que nadie había ido a recibirlo. Si hubiera alegado que era el creador de Guérnica o Las Damas de Aviñón, la noticia habría dado la vuelta al mundo; pero para las autoridades de migraciones, aquel mecánico del carguero Le Canard Blanche, llamado Jean Marie Trinité, con sus manos hulkianas y mirada libidinosa, no era más que otro marinero medio loco. Gracias, América. Así, con el consabido saco cilíndrico de lona, el malagueño desapareció, sonriente como en mucho tiempo, en California. Exáctamente 11 años más tarde, dos angelenos se encontraron en la misma situación en Buenos Aires. Ellos también se consideraban artistas y –al igual que el pintor– enarcaron sus hombros, cargaron sus mochilas, también de lona, y enfilaron hacia la ciudad. En su caso consiguiendo que los hombres de la Prefectura los miraran con desconfianza: a uno por tener el pelo negro enrulado cayéndole hasta los hombros y, al otro, por no tener nada sobre la cabeza en absoluto. Si bien para los dos egresados de la Escuela de Arte de la U. de San Diego, una novia mala para memorizar la fechas rápidamente pudo rastrearlos (se habían ido a presentar a la casa de Alberto Breccia, simplemente preguntando en las librerías donde vivía; en el de Picasso), le tomó al Partido Comunista Francés tres semanas dar con su hombre. Cuando lo hicieron, estaba residiendo en una casa relativamente modesta de Los Feliz –el barrio que se encima sobre una colina, en el distrito de Hollywood, casi al lado del Griffith Park– rodeada de un jardín seco en el que pululaban toda clase de animales. Domésticos o no. Como era de esperar, había no una, sino dos mujeres que se celaban mutuamente. Nada nuevo. Lo que los sorprendió fue la presencia de un hombre regordete, con bermudas largas, medias que le llegaban hasta la rodilla y cara de satisfecho con la vida. Evidentemente un nativo. Ningún europeo con esos anteojos de marcos gruesos como meñiques podría haber sido otra cosa que filósofo, boticario, geógrafo, poeta o amargado. Éste irradiaba felicidad. Y no sólo hablando de cohetes y viajes interplanetarios, sino de mujeres y malteadas. Combinación más que implausible, ofensiva, para cualquier francés e izquierdista. Sí, de alguna manera Picasso y Ray Bradbury se habían conocido. Al menos, esa era la certeza en la que insistieron una y otra vez aquellos dos jóvenes yanquis en Buenos Aires un decenio más tarde. Y eso es lo que se lee en el papel que hoy lo dice: "Picasso había ido a Los EE.UU. como parte de una misión que, nos dijo Ray, nunca le reveló. ¿Alguna operación de financiamiento de la revolución cubana, produciendo obra en Los Ángeles, copiándose a sí mismo y vendiéndola en el mercado negro? ¿Simplemente unas vacaciones bizarras a las cuales el stalinismo jamás le permitiría ir? No lo sabemos". Lo que Bradbury le contó a los dos jóvenes de CalArts, que lo buscaban para un documental animado, años más tarde, fue que Picasso se quedó todo el verano y otoño de 1959. En el primero, muy caluroso, se pasaba las tardes, después de trabajar, dentro de una tina que perfectamente podría haber pertenecido a los hidalgos españoles que había sido dueños de la hacienda Los Feliz, hablando de todo y nada con Bradbury. Increíble. Maravilloso. Pero como todo lo imposible, casi con certeza un embuste, por más que aquellos dos dibujantes se lo contasen, al menos así lo creemos hoy, a cada uno que se les cruzara por delante entre 1971 y 1973, hasta que se fueron de Argentina. Abruptamente. Lo 1973 es seguro porque "November, 1973" es la última fecha discernible del atado de papeles casi transparentes que llenan la pequeña maleta que Alejandro Sotelo, uno de los propietarios de 1690 Tierra Adentro puso en nuestras manos, en Mayo de 2011, una tarde en que lo visitamos en su librería de usados del Pasaje Russell en Buenos Aires. Se trata de una valija barata, pintada con franjas diagonales en colores rojo, verde y azul. Y si no fuera por Hu, quien estaba en la ciudad de visita, desde Santiago, habría ido a dar a la basura. Él advirtió que tales papeles, muy dañados por el ácido, poseían una maraña de trazos invisibilizados por el paso del tiempo, aparentemente hechos con un punzón o con plumas de tinta sin tinta, y que representaban cientos de bocetos del proyecto que la única hoja claramente legible asumía: Un comic centrado en el relato de los 9 meses pasados por Picasso en Los Ángeles y sus aventuras en aquella ciudad. Tan contentos como perplejos con este material caído en nuestras manos, al principio intentamos averiguar con la Escuela de Arte de la U. de San Diego si tenían registro de dos de sus egresados que hubieran venido a Sudamérica. Rastreamos en las pistas precarias que pudimos deducir de la hoja antes citada. Y hasta creamos un blog bilingue llamado Did you work in a comic with Picasso y Bradbury in Buenos Aires 70-73? Nada. No hubo respuesta ninguna. Pensamos en abandonar todo en la costa residual de las anécdotas, hasta que, de pronto, vimos una luz: ¿Y si completásemos ese proyecto perdido? ¿No se trata de eso cualquier arte? Delirio y voluntad mediante, pusimos manos a la obra. Dada la precariedad del material (los bocados o nubes del comic, muchas de las veces simplemente están vacíos o no están), más que reproducir el proyecto, decidimos usarlo como base del nuestro: graficar la amistad, el encuentro y desencuentro, el dibujo logrado y el dibujo fallido que contienen todo dibujo, todo diálogo, todo abrazo, todo sexo y toda vida. ¿Estarían de acuerdo Pablo y el Rey? Abramos el oído y parpadeemos las líneas para ver su respuesta.





Ro.


Hu.

0 comentarios:

Publicar un comentario